Colaboración:
Por Chessil Dohvehnain jochdo4j@gmail.com
Niñas y niños perciben el cambio cuando se acerca. Lloran y se angustian porque temen a lo desconocido. No saben lo que ocurrirá. Quizá la parte de nuestra sociedad que condena las acciones de las mujeres del 25 de noviembre pasado, en San Luis Potosí o la Ciudad de México, siente la misma angustia que las personas infantes con respecto al cambio y lo desconocido. Quizá por eso tanto desprecio y odio.
El cambio cultural nunca es fácil, amoroso, simple o pacífico. Esa vieja bruja llamada Historia nos enseña amargas lecciones en las páginas de nuestra memoria que nos demuestran que la violencia, no como fin sino como medio, estuvo presente en sin número de conflictos políticos, económicos e ideológicos quizá desde antes de que nuestra especie se volviera hacia la agricultura hace diez mil años, como lo parecen sugerir diversos descubrimientos arqueológicos pre Neolíticos.
Por ello es que tal vez no estamos viendo el panorama más amplio cuando se descalifica la violencia simbólica que se ejerce en una infraestructura que las obreras y asalariados explotados (también víctimas de un capitalismo patriarcal) han de “limpiar” como si los espacios se hubieran contaminado o enfermado de símbolos, frases y denuncias consideradas patológicas.
El sistema opondrá resistencia a través de una población “dócil”, adoctrinada, que no cuestione y reflexione sobre la forma de vida que llevamos; opondrá resistencia a través de personas que se resistan al cambio, o que le teman. Eso nos enseña la Historia. Pero también nos muestra que el cambio es posible, y que los monumentos “dañados”, en tanto símbolos de un estado que legitiman una visión de la realidad hacia dentro y fuera del país, son temporales.
Esa es una de las valiosas cualidades del patrimonio cultural, sea del tipo que sea. Que cambia y adquiere valores estéticos, científicos, históricos y sociales dependiendo del contexto, pero no de la nada. Adquiere esas cualidades de las personas porque el patrimonio cultural surge de las sociedades mismas. El patrimonio siempre cambia y se nutre de las transformaciones culturales.
El “daño” a esos monumentos, que representan más al Estado que a nuestra heterogénea sociedad, podría darles más valor y significado. Incluso esas “pintas y rayas” podrían ser más coherentes con los principios que esos símbolos materiales quieren representar sobre la igualdad, la libertad y el derecho a la autodeterminación. Así, esas “violencias simbólicas” resignifican esos monumentos y se vuelven parte de lo que la arqueología llama biografías de los objetos, insertos en complejas dinámicas socioculturales.
Al final, una vida vale más que cualquier forma de materialidad según nuestra actual visión del mundo. Quizá en el futuro eso cambie. Pero ahora la violencia de género y feminicida como foco central de la guerra justa que las mujeres libran en México nos alerta de un par de cosas. Primero, que las ciencias sociales y el pensamiento crítico necesitan ser reforzados en el sistema educativo global del país como trinchera de combate a largo plazo contra el capitalismo, el patriarcado y las injusticias. Segundo, que es clara la poca atención (y mala formación educativa) que muchas generaciones en todos los niveles educativos han puesto en la Historia. Eso podría condenarnos a repetir nuestros errores una y otra vez.