jueves, 01 de junio de 2023

En memoria del maestro Enrique Hernández


  • La comunidad artística está de luto, se fue un gran ser humano.

El domingo pasado, se informó de  la muerte del maestro Enrique Hernández Ramírez, músico innato, integrante de la Banda del Estado, quien por décadas impulsó y fomentó la cultura y el arte a varias generaciones.

Si me pidieran describir al maestro Enrique en una sola palabra elegiría el término, “vocación”. El afecto y amor que tenía  hacia su profesión como músico, inspiró a niños, niñas, adolescentes y adultos, los impulsó a ese idílico arte.

Conocí al maestro Enrique, en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP), impartía clases de música por las tardes, usaba el auditorio como aula para los ensayos. Su calidez hacia los estudiantes propiciaba un ambiente peculiar, la mayoría de los chicos que asistíamos no rebasábamos los 21 años, estábamos en una etapa difícil y la música era un escape a esa turbulencia universitaria.

En mi caso, a veces no asistía en todo el día a las clases de materias jurídicas, solo aterrizaba con el profe Enrique; porque me sentía en armonía. En ese entonces, en casa no había recursos para adquirir un instrumento, pero eso no era impedimento, el maestro Enrique nos prestaba violines y violas;  fue tanta su insistencia a la Dirección de esa Facultad, que compraron algunos instrumentos, y justo ahí me enamoré del Cello.

Éramos un grupo reducido, pero constante, participábamos en eventos de la Facultad, el maestro Enrique completaba la camerata con estudiantes de otras escuelas.

Aún recuerdo la primera ocasión que participé en un concierto, por poco no llego al evento. Apenas unos minutos antes de que iniciara logré entrar al aula, el maestro Enrique conocía toda la problemática que en ese entonces atravesaba mi familia; me miró con firmeza  y me hizo una seña para que tomara mi lugar, compás de tres tiempos, interpretábamos el Canon de Pachelbel

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. Las vibraciones del Cello, todo en conjunto por poco suelto en llanto, entonces fijé mi vista en el maestro, mientras en mente escuchaba su peculiar frase, “un ojo al gato y otro al garabato”; después de ese día, abandoné el estudio. Años después me reencontré con mi maestro Enrique, estaba en el kiosko de la Plaza de Armas, en una presentación de la Banda del Estado. Tan sonriente y cálido, a la vez con esa formalidad cuando de interpretar una melodía se trataba.

Nunca le agradecí por todo lo que aportó en mi vida, jamás le dije lo mucho que lo quería, el valioso aprendizaje que me dio. En esos años de estudiante, no valoré tener un maestro hecho a la antigua, el esfuerzo y lo mucho que nos cuidaba, al llevarnos a casa a la salida de clases, regalarnos las partituras, la paciencia y comprensión.

Se fue el maestro Enrique, dejó un gran legado a sus alumnos.